Tick-tock, la cadencia que rige el desarrollo de productos de Intel, funciona como un reloj: un año toca renovar la arquitectura de la línea x-86, y al año siguiente introducir cambios en el proceso de fabricación de las generaciones sucesivas. El último tick fue el lanzamiento de los procesadores Sandy Bridge y la semana pasada se anunció el tock, que de momento ha sido bautizado como Ivy Bridge y se promete para finales de 2011. De manera que la acumulación de dos fases en un año indica que el reloj de Intel adelanta, porque no se trata sólo de mejorar el rendimiento sino de entrar cuanto antes en dos mercados en los que está ausente, las tabletas y los smartphones.
El anuncio no es exactamente una sorpresa, pero no se esperaba tan pronto la introducción del proceso de fabricación para alcanzar la densidad de 22 nanometros, de la que ninguno de sus competidores parece estar cerca. El auténtico salto tecnológico, la carta que Intel guardaba en la manga, equivale a una reinvención del transistor, con el concepto tri-gate. Antes de seguir adelante, es obligado repasar la lección aprendida del video de demostración difundido por Intel.
En el proceso clásico se depositan capas de materiales semiconductores sobre un sustrato de silicio, y se litografia sobre ellas la circuitería, en las dos dimensiones del plano. Dependiendo del estado de carga de cada puerta, el material será más o menos conductor, pero incluso cuando el transistor está en modo off, sigue pasando algo de corriente. Esta fuga, multiplicada por miles de millones de transistores, recalienta los PC y reduce la vida de la batería en los dispositivos portátiles.
Hasta ahora, la densidad se aumenta estrechando horizontalmente el canal de los circuitos, hasta los actuales 32 nanometros. La nueva técnica – descrita teóricamente en 2002, pero inédita a escala industrial – confiere al transistor otra geometría, al incorporar una aleta vertical, por tanto tridimensional, que mitiga el flujo de corriente cerrando simultáneamente el canal por tres lados, en lugar de uno, de ahí su nombre: tri-gate. Resultado: mucho más rendimiento y menos consumo de energía.
En 40 años de existencia de los microprocesadores, muchas cosas han cambiado, pero una ha permanecido inalterada: su geometría plana. Era predecible que los transistores – hoy en la escala de 3.000 millones por chip – seguirían reduciendo su tamaño, y que los productos construídos con ellos serían más potentes y más baratos de producir. Esto es lo que sostiene la llamada Ley de Moore, que en realidad no es una ley de la física sino un postulado que materialmente depende de la inversión que se haga para sostener el ritmo bienal adoptado como estrategia industrial por Gordon Moore y sus sucesores (dicho de otro modo: si un día el mercado no fuera capaz de asimilar ese ritmo, el postulado no se cumpliría).
Por consiguiente, el salto tecnológico anunciado por Intel obedece a un imperativo empresarial: el futuro más plausible es la migración del proceso tri-gate a los procesadores Atom, para penetrar en mercados que exigen reducir a la vez el tamaño y el consumo de energía. Según el anuncio de Intel, el rendimiento que puede alcanzar con Ivy Bridge será un 37% superior a la actual generación de 32 nm, y el consumo se recortará a la mitad. El coste de producción aumentaría como máximo un 3%. Y este es el argumento por el cual Intel ha decidido elevar su inversión de capital este año, de 9.000 a 10.200 millones de dólares: para ir más de prisa.
Se estima que gracias al proceso de 22 nm, Intel asienta una ventaja de 24 meses antes de que algún competidor pueda llegar al mercado con un producto similar. El resto de la industria está todavía inmersa en la transición de 45 a 32 nm: AMD, su rival tradicional, empezará a despachar en junio el procesador Llano, de 32 nm y fabricado por Global Foundries. La compañía taiwanesa TSMC, líder en la fundición de obleas para terceros, iniciará a finales de año la producción de chips con proceso de 28 nm. Si Intel mantiene o acelera la cadencia tick-tock, estaría en condiciones de lanzar procesadores de 14 nm a finales de 2013. O antes.
El propósito que se ha marcado Intel con esta rápida reconversión tecnológica es el de reaccionar ante su mayor contrariedad: controla el 80,8% del mercado de procesadores x-86 y el 0% en los dispositivos que ahora mismo entusiasman al mercado. Su enemigo ya no es AMD, que contempla la tentación de adoptar la arquitectura ARM, sino los otros que ya la han adoptado y dominan ese segmento de mercado: Nvidia. Qualcomm. Texas Instruments y Samsung.
En este sentido hay que reinterpretar las palabras de Paul Otellini, presidente de la compañía californiana, quien recientemente sugirió que “antes de finales de año” habrá dispositivos móviles equipados por Intel. Puede que Otellini se refiriera a los primeros ejemplares de Ivy Bridge, o puede que anticipara lo que dice un rumor de los últimos días. Según esta versión, Intel podría hacerse cargo de fabricar, por cuenta de Apple, los futuros procesadores de la serie A, que hasta ahora provee Samsung. Intel tiene a su favor el hecho de que no sólo no compite con Apple – lo que sí hace la casa coreana – sino que los Mac llevan desde hace años procesadores de Intel. En caso de concretarse, el supuesto acuerdo tendría dos consecuencias no previstas por nadie: 1) por primera vez, Intel “se rebajaría” a actuar como contratista de fabricación de una tecnología que no es suya, y 2) se convertiría de la noche a la mañana en el mayor fabricante de chips basados en la arquitectura ARM. Cosas más raras se han visto.